Tuve una NES antes de los seis años, una Game Boy a los seis y un ordenador a los ocho o nueve. Y normalmente no los utilizaba para hacer mis trabajos del colegio. A veces sí. Por ejemplo, si tenía que hacer un dibujo, dibujaba soldados con hacha, arqueros y torres, o si tenía que hacer un periódico lo llamaba La Voz de Super Mario.

Nadie me llevó al psicólogo para arreglar este grave problema... y así quedé. Un home feito e dereito que juega a videojuegos. Hay mucha gente que se siente avergonzada de ello. Otros que sienten vergüenza ajena de aquellos que juegan. Y luego estoy yo, que siento vergüenza ajena en presencia de éstos últimos.

Hay muchas formas de hacer el ridículo, pero aquella que más me decepciona es que alguien diga “¿pero qué dices? ¿De qué estás hablando?”, con cara de infinito desprecio, al hacer un comentario sobre el StarCraft o el Pokémon o el Age of Empires. Yo comprendo que algunas personas no tuvieron infancia, pero no es necesario alardear. De verdad. Bueno, también están los que tuvieron infancia futbolística. Yo jugué al balonmano desde los seis años y tuve una infancia normal. No es excusa.

Mi infancia marcada por los videojuegos

Inicialmente pensé en escribir en orden cronológico sobre los juegos a los que había jugado de pequeño. Pero realmente eso no tiene mucho sentido, ya que muchos de ellos los jugué durante años, e incluso los terminé más de una década después de haberlos empezado. Y otros aún se me resisten.

He aquí una lista de los juegos que me marcaron, con comentarios sobre mi infancia. Me centro en esto último, pues es lo que mejores gráficos tenía y eso es lo que cuenta a día de hoy.

Super Mario

No tengo muy claro cómo llegó una NES versión Jack Sparrow a mis manos, pero lo hizo. Como buena versión de los siete mares, tenía una lista con casi todos los juegos que habían sido creados para la versión normal, y sólo había que elegir moviendo una flechita arriba y abajo. Había un juego de cazar patos con una pistola, apuntando a la pantalla (no quiero ni pensar qué dirían hoy en día de que un niño cazase patos virtualmente), tenía un juego de tanques en el que podía diseñar mis propios escenarios, un incomprensible juego de ninjas, el Tetris, el Contra... y, entre otros muchos, el Super Mario Bros.

G1_SuperMarioLandRealmente no era mi favorito, pues siempre perdía. No recuerdo hasta dónde llegué legalmente, pero ni siquiera empezando en el último mundo era capaz de pasármelo. Mi NES tenía 1000 juegos, pero 800 eran copias que empezaban en partes diferentes de los 200 restantes. Un sustituto de guardar la partida.

Con seis años, los Reyes me trajeron una Game Boy que incluía el Tetris y el Super Mario Land. El Tetris seguía sin convencerme mucho, pero el Mario me enganchó de nuevo. Éste era más simple, sin colores, y la música no me gustaba tanto, pero al menos podía llevarlo a mi cárcel de verano, a los largos viajes que hacía con el club de patinaje o a casa de mis primos. Además, gracias al cargador de My First Sony, no necesitaba pilas cuando estaba en casa.

El Super Mario Land sí me lo acabé. Poco a poco. Todos mis primos jugaban, y a todos nos costaba. Íbamos más o menos a la par. Pero en un viaje de esos de patinaje, a Asturias, me lo acabé. Mi (ex)amigo, cuyos padres metieron en las juventudes de su partido favorito a los seis o siete años, empezó a gritar “¡Mató a Tatanga!” en el bus. Un gran logro en comparación con mi puesto en la carrera de patinaje.

Después de eso vinieron el Super Mario Land 2, el Wario Land y el Wario Land 2. El Wario Land fue sin duda mi favorito de toda esta serie. Mario podía hacer pocas cosas. Crecía si comía un champiñón y podía disparar bolas de fuego si comía flores de colores, y posteriormente descubrió que las zanahorias le permitían volar. Pero Wario podía embestir a sus enemigos, podía generar temblores de tierra si comía dos cebollas (una no era suficiente) mediante el conocido método de caer de culo en el suelo mientras se liberan gases, podía volar con un reactor, echar fuego con un gorro lanzallamas y quizá alguna otra cosa que me esté olvidando. Sin duda su repertorio era superior. Y jugué tanto a este juego que me aprendí todos los bugs. O eso creo. La mayoría estaban relacionados con su habilidad para generar terremotos. Por ejemplo, mientras duraba el temblor era posible ponerse de pie en una parte del escenario en la que había que moverse agachado. Y luego se podía caminar tranquilamente, atravesando la pared. En los escenarios en los que se iba en tren, mis favoritos, era posible salir del mundo mediante una “técnica” similar, aunque esto no servía más que para perder cuando se agotaba el tiempo.

Estos juegos de plataformas me gustaban mucho. Quizá demasiado. Acabé pudiendo predecir dónde caería exactamente aunque saliese del escenario saltando por arriba. Lo cual era bueno. También es cierto que estos juegos me confundieron completamente en lo que respecta a la física, pues todo caía a plomo hacia abajo. No importaba que me cayese de una nube que se movía hacia la derecha, ¡Mario siempre caía hacia abajo! Y la Pantera Rosa era peor todavía, pero eso no era un videojuego. Quizá en otro artículo...

Knights and Merchants

Mi primer juego de estrategia. En este juego, normalmente se empezaba con un almacén con algunos recursos, albañiles y “ayudantes”. Estos ayudantes tenían que transportar los recursos del almacén hasta dondequiera que se necesitasen, por caminos de piedra que los albañiles debían construir metro a metro, piedra a piedra. Piedras que también tenían que traer los ayudantes.

G1_KAMLo primero era construir una escuela. En la escuela se entrenaban ayudantes, albañiles, leñadores, carpinteros, canteros, granjeros, ganaderos, carniceros, mineros... a cambio de un baúl de oro. Lo segundo era construir una fonda. La fonda se llenaba con la comida que había en el almacén, y es donde la población civil tenía que ir a comer. Si tienen suerte, el menú será pan y chorizos (en realidad eran salchichas alemanas, pero para mí siempre serán chorizos). Si no tienen mala suerte, habrá pan y vino. En tiempos de hambruna sólo solía haber uno de los tres productos.

La madera y la piedra la conseguían el leñador y el cantero, desde sus correspondientes edificios. El bosque no era precisamente infinito, pero el leñador lo replantaba cuando se le terminaban los árboles. Los troncos de madera tenían que ser llevados a la carpintería, para que el carpintero hiciese tablas. Y las tablas eran almacenadas para luego construir edificios o para fabricar armas.

Para hacer pan hacía falta construir una granja de trigo y excavar los campos. Luego el granjero los sembraría y, cuando el trigo creciese, los segaría. El trigo debía ir luego al molino, donde se producía harina. Y la harina se convertía en pan en la panadería. Todo como debía ser.

En este punto, si no había dejado suficiente espacio entre los edificios, o hecho caminos dobles o triples, los ayudantes empezaban a atascarse en todas partes. Sobre todo a la salida del almacén.

Para crear chorizos el sistema era también el evidente. Exceptuando que los cerdos comían trigo, con lo que había que aumentar el número de granjas. Y ya si se querían tener caballos para el ejército, más granjas de trigo.

Este juego me ayudó a entender cómo funcionaba el mundo cuando tenía nueve años. Quizá uno menos. Estructuró mi cabeza un poco. El Age of Empires II no me habría hecho pensar que después de darle hachazos a un árbol salen tablas, pero tampoco me habría hecho entender que la piel de los animales se curtía para que luego un armero la convirtiese en una armadura de cuero.

Las batallas en este juego también eran complicadas. La IA era bastante inútil, pero eso se suplía con recursos infinitos y superioridad numérica. Los soldados no tenían “vida”. Sólo había una cierta probabilidad de que al recibir un flechazo o un hachazo muriesen. Esta probabilidad se calculaba según el tipo y la calidad de las armas y las armaduras, etc. Por ejemplo, un ballestero tenía el ataque máximo del juego, y si disparaba a alguien sin armadura lo mataba siempre, si acertaba. Si disparaba a alguien con armadura de cuero o de hierro, la probabilidad bajaba.¡Y había fuego amigo! Del mismo modo, un lancero o un piquero tenían más ataque contra las unidades montadas que contra las unidades a pie, y las unidades montadas podían contra la infantería. Por otro lado, si se atacaba por la espalda era más sencillo matar al enemigo. Esto último puede parecer una tontería... pero creo que nunca más volví a verlo en un juego. Cuando los soldados estaban enzarzados en una pelea no podían retirarse, no se les podían dar más órdenes hasta que terminase. En ese momento era cuando había que intentar mandar alguna tropa a atacar al enemigo por la espalda.

Como ya dije, lo que más me marcó de este juego fue el proceso que seguían todos los recursos hasta que se convertían en los productos finales. La economía. Y tanto me marcó que lo eché de menos en casi todos los demás juegos a los que jugaría. No necesariamente de estrategia. En el Neverwinter Nights, que de estrategia tiene poco, empecé a programar un escenario con recursos y trabajadores que los explotaban y producían otros bienes con ellos. El jugador dueño de un castillo podría contratar más trabajadores, les proporcionaría comida, equiparía soldados con las armas que produjese, y atacaría otros castillos. El Neverwinter estaba un poco limitado para lo que yo quería, pues si no había ningún jugador en una área del mundo las cosas dejaban de funcionar bien. Pero llegué a hacer mineros y herreros que fabricaban armas según se les pedía y según los recursos disponibles, así como granjeros (que bailaban encima de los campos con palos en la mano a falta de una animación mejor) que cultivaban trigo para producir pan. Lo dejé cuando uno de mis primos me dijo un verano “tu server es una mierda”. Más tarde me preguntó interesado si ya lo había terminado, ignorante de que su comentario me había herido profundamente (dado que él era el único jugador).

Dejaré de enrollarme tanto para decir sencillamente que alguien se está molestando en resucitar el juego. En este vídeo se pueden ver algunas de las características que he descrito, así como otras nuevas que le han añadido. Al parecer los creadores han perdido el código fuente, y este grupo de modders, de cuya página tomé la imagen que encabeza el artículo, está escribiendo el motor del juego desde cero, así como mejorando algunos aspectos. Reconozco que me he emocionado.

Fifa 98

El Fifa 98. El mejor juego de fútbol de todos los tiempos. Y si alguien se atreve a discutírmelo seguramente sea más joven que yo y pueda darle un par de collejas sin consecuencias. En mi versión del juego, las voces del comentarista eran penosas. Pero uno se acostumbra a las chapuzas (excepto a la Termodinámica), y ahora las recuerdo con cariño. Cuando Kiko cogía el balón, el comentarista no decía nada, pues era un nombre impronunciable para un inglés. Zubizarreta sin embargo se llamaba Subisarecha. Si algún jugador se acercaba a la portería con el balón, pongamos por ejemplo a Bebeto, se podía oír “Vai Bebechou”. Hace unos años jugué de nuevo y entendí qué decía en lugar de “vai”, pero lo he olvidado.

Fifa 98A esto jugaba con un amigo normalmente. Yo me cogía al Compostela y él a la selección brasileña. Me era un poco difícil ganarle, todo sea dicho. Ponk no era muy buen portero, y me gustaba que su nombre fuese una onomatopeya de lo que hacía después, no antes, de que el balón le pasase por encima y entrase en la portería. Cuando estaba solo me cogía al Atlético de Madrid y jugaba contra España, Alemania o Brasil. Mi campo favorito era el de fútbol sala sin fueras. Pero no era un campo de fútbol sala sin fueras cualquiera. En éste estaba permitido disparar el balón contra las paredes y cogerlo cuando rebotaba sin que nadie se quejase. Y mi método favorito de marcar gol cosistía en coger a Kiko y disparar a puerta muy alto. El portero, confundido, saltaba a por el balón, pero éste rebotaba y volvía, de modo que Kiko podía rematar de cabeza y marcar. Decenas de goles contra las orgullosas selecciones nacionales fueron marcados de ese modo.

El problema fue cuando descubrí el botón de “sachar”. De empujar o hacer entradas con la intención de hacer falta o lesionar, vaya. No podía evitar pulsarlo de vez en cuando, a pesar de las nefastas consecuencias para mi equipo. El juego dejó de ser de fútbol para ser de intetar que el árbitro no me pillase empujando a un jugador al otro lado del campo. Nunca se me dio bien y pronto lo abandoné.

No le debo poco a este juego. Gracias a él me aprendí la alineación del Atlético de Madrid de memoria. Y tiene mérito, pues jamás memoricé ninguna otra. Hoy en día no me gusta el fútbol, y si alguien me pregunta de qué equipo soy, digo que del Deportivo. Para no dar explicaciones. Si me apetece dar explicaciones, entonces digo que soy del Atlético de Madrid. Y es que Kiko era el mejor jugador del mundo. Y Molina el mejor portero. Y cuando jugaba al fútbol yo era portero.

El Fifa 98 vino acompañado de varios otros juegos de los que un amigo de mi padre hizo una copia de seguridad en un CD al que llamó JUEGOS.

[alert]

Segunda parte!

[/alert]

Estás en Amagazine > Juegos