El nacionalismo es un concepto de moda en el panorama político y social actualmente en España, y lo seguirá siendo en este 2013 con todo el tema relativo a Cataluña.

En este artículo, no pretendo abarcar juicios críticos sobre qué debería hacer España desde Madrid, o si es plausible a largo plazo una Cataluña como estado independiente miembro de la UE. No, esta crítica reflexionará sobre algo que no he escuchado en los medios, algo, que sería el punto de partida para entender lo que está sucediendo en Cataluña, algo tan fácil y evitado como la idea de nación y nacionalismo. Pido un esfuerzo en el lector, para que se evada de ideas preconcebidas sobre todo lo que se suele tachar con el distintivo nacionalista o nacional (partidos políticos), y entienda el nacionalismo desde la perspectiva de la metapolítica.

El nacionalismo se nos ha mostrado en las escuelas como un movimiento, más social que político, nacido en el siglo XIX y que tenía muchos principios en común con el Romanticismo. Ejemplos de nacionalismo serían todas aquellas revoluciones burguesas características de Mayo de 1848 en las que se pretendía acabar con un régimen obsoleto e injusto a ojos de una nueva sociedad. El nacionalismo aparece por tanto como una idea que relaciona el amor a una patria, el bien común, y el cambio para conseguir ese bien común.

El bien común, lo que podemos entender como “lo que es de todos y para todos”, es un eje central de esta reflexión. Y es que, el nacionalismo desde un punto de vista plenamente teórico-ideológico tiene un aspecto muy atractivo para cualquier sociedad: es capaz de unir o integrar todos sus elementos a través de ese bien común. Y he aquí mi segundo punto central en esta reflexión: la integración.

Realizado este simple croquis, quiero ahora contrastar dos países muy próximos y dos ideas de nacionalismos actuales desde mi punto de vista completamente opuestas: Francia y España.

Francia ha utilizado siempre esta idea de nacionalismo como elemento integrador para toda la sociedad, algo que convierte a los individuos en ciudadanos políticos que comparten un bien común: La República. El nacionalismo se convierte en este país en una herramienta fundamental para integrar a las minorías, que en este caso son principalmente los inmigrantes magrebíes.

España, por el contrario, cuenta con una herencia histórica que pone al nacionalismo en un lugar bien distinto. La Guerra Civil, no solo ha causado daños materiales, sino ideológico-políticos de los que aun hoy no nos hemos recuperado. Y es que los dos horizontes utilitaristas de nacionales vs republicanos se siguen percibiendo latentes en nuestra sociedad. De forma que, ser nacionalista va de la mano con ser un ciudadano religioso, unitarista, y de ideología económica liberal. Algo si se me permite, tan estúpido como que se le llame “facha” a una persona con una prenda con la bandera española. En definitiva, nos encontramos con una herencia guerracivilista que ha dejado un nacionalismo castizo, ligado a la derecha política (pese a que en el panorama político mundial el nacionalismo va muy ligado con la izquierda), y en innumerables ocasiones prejuicioso con otras minorías inmigrantes que hace dudar sobre el escaso fondo intelectual que lo alimenta.

En suma, de decir “¡Pour la Republique!” a decir “¡Viva España!” hay un abismo de diferencia. Tanta como pasar de decir “¡Por la integración social!” a decir “¡Por la exclusión social!”. La riqueza cultural del nacionalismo francés ha conseguido crear un estado unitario que en 70 años de democracia no ha visto resquebrajamiento alguno. El bien común (la nación francesa) y el ciudadano francés son los principales elementos de consenso y estabilidad para la sociedad francesa. El nacionalismo español, por el contrario, no ha hecho más que echar leña al fuego a la falta de identidad nacional de muchos ciudadanos que se aferran a otras identidades al no sentirse ciudadanos españoles. Así, se da lugar a una democracia que en 40 años ha tenido siempre las ideas nacionalistas periféricas muy arraigadas. El bien común (la nación española) es puesta en duda en cada debate político que vemos en televisión (excepto en Intereconomía).

Por lo tanto, la reflexión final de este artículo sería: ¿Una comunidad social como la catalana, seguiría inmersa en este debate independentista si hubiera formado parte de la democracia francesa como una provincia más durante 70 años? Desde el punto de vista práctico político evidentemente sí, pues el estado francés es un estado marcadamente unitario y centralizado desde París. Pero, espero que este artículo les haya hecho dudar un poco sobre esta afirmación.

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